Moisés habló al pueblo, diciendo: Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. Tengan bien presente que ha sido el Señor, mi Dios, el que me ordenó enseñarles los preceptos y las leyes que ustedes deberán cumplir en la tierra de la que van a tomar posesión.
Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: “¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!”. ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes? Pero presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un solo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos. Palabra de Dios.
Deuteronomio, el libro de la fidelidad
Como todo buen líder, Moisés da leyes y normas. Lo hace en nombre de Dios, no son sus propias leyes porque sabe que lo mejor para el pueblo es que éste se sienta propiedad de Dios.
El Deuteronomio nos recuerda que no existen leyes para su propio provecho, sino que son hechas como una forma de mostrar nuestro amor y lealtad a Dios. Este quinto libro de la Biblia no es una "segunda ley" (eso significa Deuteronomio en griego) sino un conjunto de fervientes homilías centradas en algunas lecciones básicas e inspiradas. El Deuteronomio nos regresa a menudo a la idea de "hoy" como el momento en que recibimos la ley del Señor y respondemos a ella. Nada es importante, excepto responder a Dios con amor. "Por lo tanto, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Tome en serio estas palabras que te dicto hoy" (nótese la palabra clave "hoy").
Salmo 147, 12-13. 15-16. 19-20: R. ¡Glorifica al Señor, Jerusalén!
¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!
Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.
Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente;
reparte la nieve como lana y esparce la escarcha como ceniza. R.
Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel:
a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. R.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Mt 5, 17-19
Jesús dijo a sus discípulos: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedarán ni una “i” ni una coma de la Ley sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. Palabra del Señor.
Ser grande en el Reino
No se trata de lugares de privilegios, ni de poder, sino justamente de vivir como Dios quiere para nosotros. Ser grande es hacer lo que Dios nos pide. Jesús regresaba a menudo al libro del Deuteronomio para expresar su propia respuesta a la vida. Eran claramente sus textos favoritos, con su doble enfoque en la compasión hacia el prójimo y la devoción para agradar a Dios cada día que pasa. Ya sea en la escena de la tentación (Mateo 4: 1-11), la mujer adúltera) Jn 8, 1-11) o para responder a las preguntas sobre la primera y mayor ley (Marcos 12:28-34), Jesús responde con palabras de este libro.
El mensaje de Jesús resuena con la actitud fundamental de Deuteronomio, este libro apela a ideales más que cualquier otro libro de la Biblia.
El mensaje de Jesús resuena con la actitud fundamental de Deuteronomio, este libro apela a ideales más que cualquier otro libro de la Biblia.
Bajo esta luz podemos apreciar las palabras de Jesús: "No piensen que he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino para que se cumpla en plenitud."
Muchos cristianos, especialmente católicos creen que la ley de Dios es mayormente una serie de "no-no", "no puede hacer esto, no puede hacer aquello, debe de ser obediente, etc." El Papa Francisco nos recuerda fuerte y claro: la Iglesia no debe ser un lugar solo de leyes y reglas, debe ser sobretodo un lugar de amor.
La ley de Dios es, en primer lugar, la ley de nuestro ser: es así como Dios nos hizo. Mostramos lo mejor de nosotros cuando actuamos como lo que realmente somos, cuando lo que nos motiva es el amor. Las buenas "leyes" son simplemente maneras inteligentes de guiarnos hacia un comportamiento más amoroso.
Cuando nuestro propio libro de la vida esté completamente escrito, estará también bien empapado con la fidelidad y el amor?
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